viernes, 13 de abril de 2007

Proyecto Gaia

Proyecto Gaia
Paris, cuartel general de la E.S.A
20:05 h.

Clic “En Saint-Hubert, Québec, científicos de la Agencia Espacial de Canadá, han detectado un alarmante incremento el en número de auroras boreales producidas en los últimos meses. Este incremento es más extraño, dado que nos encontramos en un periodo de baja actividad solar” clic. “la inexplicable actividad solar extraña a científicos de Norteamérica” clic “El doctor Shutherdland ha expresado su inquietud por el misterioso aumento en el número de auroras” clic.
-Señores, la situación comienza a ser preocupante, hay que actuar ya, antes de que sea demasiado tarde. Como pueden ver, los medios ya se han hecho eco de la situación y cada vez resultará más difícil ocultarla.
Quien así hablaba era Jean-Paul Lègard, director general de la Agencia Espacial Europea. Presentaba un aspecto ojeroso y cansado, tras largas jornadas de negociación con diversos colectivos del gobierno. Ahora, rodeado de sus más estrechos colaboradores y con carta blanca de la Unión Europea, contemplaba esperanzado el fin de una dura batalla para lograr su objetivo: la primera misión tripulada llevada a cabo íntegramente por miembros de la E.S.A.
El impulso final lo había proporcionado unas declaraciones de la prensa a raíz del misterioso aumento de auroras boreales.
-Johann Björk, presidente de turno de la U.E. me ha prometido poner a nuestra disposición todo el soporte logístico y económico que precisemos para llevar a cabo esta misión en tan sólo 6 meses.
-¿Seis meses? ¡Y una mierda! ¿Te has vuelto loco? Ahora nos vienen con prisas…Jean, ¡Es imposible! -protestó incrédulo Bernd Humm, un robusto germano de Baviera, colaborador y amigo de Lègard desde sus años en la facultad.
-Dispondremos de todos los medios que pudiésemos desear -prosiguió conciliador Lègard.
-Aun así es muy poco tiempo -interrumpió Angela Diamancceli, directora logística de la E.S.A. –Necesitaríamos doblar nuestra plantilla y aun así iríamos justos de tiempo.
-Podrás doblarla e incluso triplicarla si así lo deseas, pero lo haremos.

Zaragoza, tres meses más tarde
07:15 h

Ricardo se despertó sobresaltado. El teléfono estaba sonando. Lenta y perezosamente se levantó de la cama y rebuscó entre la ropa del día anterior. ¿Dónde diablos habría dejado el dichoso aparatito?. Cuando finalmente lo encontró, revuelto entre los calzoncillos y un calcetín sucio, la voz irritada de su jefe lo terminó de despertar.
-¿Por qué coño has tardado tanto, Gracia? Lo necesito aquí rápidamente, es un asunto de gran importancia. -Y sin más colgó
Cansinamente se dirigió al baño y el espejo le devolvió una imagen de un hombre de 30 años, despeinado y sin afeitar. El pelo negro le caía de cualquier manera sobre los ojos, ojos por otra parte, cansados por largas horas de estudio delante de un ordenador.
Una vez se hubo duchado y afeitado con desgana se vistió con lo primero que pudo encontrar y entre maldiciones de todo tipo y varias menciones a la familia de su jefe se dirigió corriendo a la parada del autobús que, para variar, acababa de pasar, por lo que para su desesperación tuvo que aguardar más de diez minutos hasta que llegó el siguiente. De esta guisa llegó a la puerta del campus universitario.
Se dirigió rápidamente al edificio de Matemáticas, donde estaba situado el Grupo de Mecánica Espacial de la Universidad, en el que trabajaba.
En esos momentos estaban embarcados en un proyecto en colaboración con estudiantes de toda Europa. Se trataba de la construcción del primer satélite llevado a cabo íntegramente por jóvenes de diversos países.
Sin embargo, la llamada del profesor Gamón no parecía tener nada que ver con este proyecto. Debía de ser algo grave para haber interrumpido el sueño de su mejor hombre.

Cuando finalmente llegó al despacho donde solía trabajar, se encontró a Alberto hecho un basilisco:
- ¡Cómo has tardado tanto! Llevo media hora esperándote.
- He perdido el autobús –Se excusó Ricardo.
- Que has perdido el...en fin. Hay dos caballeros que desean hablar contigo –y en tono más confidencial añadió– Me ha parecido que eran franceses. Te esperan en la sala de Juntas.
Cuando ya se iba, la voz de su jefe lo retuvo un instante más:
- ¡Ah! Haz el favor de no cagarla. Parecen gente importante.
Inquieto, Ricardo se dirigió a la sala de Juntas. Cuando abrió la puerta, dos hombres trajeados se levantaron de sus asientos y se dirigieron a darle la mano:
- Al fin nos conocemos señor Gracia –dijo el mayor de ellos. Y añadió– He seguido su trabajo acerca de los vientos solares desde hace tiempo.
Sorprendido por el conocimiento que aquel extraño parecía tener sobre su persona, Ricardo contestó:
- Me halaga señor ...
- Lambert, Pierre Lambert. Y este es mi compañero David Moncutie– añadió el extraño señalando al joven que estaba a su izquierda.
- Mucho gusto. Como decía, me siento halagado por sus palabras señor...Lambert, pero no soy más que un humilde científico que trata de hacer bien su trabajo.
- Se subestima usted, señor Gracia. Su trabajo ha sido seguido con gran interés por las autoridades de la E.S.A. -dijo Moncutie
- ¿La E.S.A.? ¿La E.S.A está interesada en mis investigaciones?
- No sólo eso, sino que venimos para proponerle un trabajo –contestó Lambert.
- ¿Un trabajo? ¿Qué clase de trabajo?
- El trabajo de su vida.





Kourou, Guyana Francesa

Los trabajos estaban muy avanzados. En la base de lanzamiento de la E.S.A todo el mundo se encontraba al borde del colapso, pero tres meses de arduo trabajo estaban dando al fin sus frutos. Lo más duro había sido conseguir los distintos materiales y partes del transbordador procurando no alertar a los medios de comunicación. En más de una ocasión todo había estado a punto de irse al traste por diversas reticencias y rencillas políticas, así como por las molestas investigaciones de algún periodista curioso. Pero ahora ya nada parecía poder detenerlos.
El proyecto había comenzado por ser una mera continuación del cancelado Proyecto Hermes, pero pronto se descubrió que los avances tecnológicos que habían tenido lugar desde entonces obligaban a una profunda revisión de los planos, proceso de construcción, materiales, soporte informático, humano, logístico, etc. Para ello la Agencia Espacial se había hecho con los servicios de algunos de los mejores ingenieros, científicos y demás expertos en el espacio y la aeronáutica, entre los que se encontraba el matemático español Alberto Jaria, reputado hombre de ciencias reconocido tanto por sus trabajos sobre criptografía, como por su afilado sentido del humor. Se encontraba a cargo de la encriptación de la información del proyecto para evitar el espionaje y el sabotaje industrial. Pero las cosas no parecían marcharle bien:
- Estoy rodeado de ineptos, ¿Nadie es capaz de descifrar un sencillo código binario? ¿Y vosotros os llamáis criptógrafos? ¡Atajo de inútiles! Por vuestra culpa a punto ha estado de filtrarse toda la información clasificada de la que disponemos, si por mi fuera estaríais todos volando hacia vuestro país. Está en juego el prestigio de esta agencia y no estoy dispuesto a que una panda de niñatos malcriados lo eche todo a perder por mucho master que tengáis. ¡Volved a revisar uno por uno cada uno de los códigos, y por vuestro bien espero que esta vez no haya fallos! ¡¿Entendido?!
Y dicho esto abandonó la sala.

En otro lugar de las instalaciones Jean-Paul Lègard estaba reunido con el jefe de las instalaciones de la Guyana Francesa, James Wellington:
- Acabo de llegar tras 7 horas de vuelo y estoy cansado, así que no me ande con rodeos, quiero que me ponga rápidamente al día. Ya tendremos tiempo mañana de repasar todo detalladamente.
- Bien, es complicado de resumir pero lo intentaré. Aquí todos están trabajando como locos para cumplir los plazos y creo que podremos lograrlo. Hace un mes recibimos las últimas piezas y ya estamos construyendo el aparato. Tuvimos algunos problemas para conseguir ciertas piezas pero ya está solucionado. En algún momento también hubo peligro de filtraciones a la prensa pero se cortaron a tiempo y eso es básicamente lo que hemos hecho en estos tres meses.
- De acuerdo, es suficiente por hoy. Ahora me retiro a descansar. Buenas noches caballero.
- Buenas noches, señor.




Zaragoza

Ricardo había vuelto a su casa, se encontraba, tras un reparador baño, tirado en su cama, reflexionando sobre todo lo que le había pasado en las últimas horas:
-¿Conoce el Proyecto Hermes? Había preguntado misteriosamente Lambert.
- Claro. ¿Quién no? Fue un intento de construir un transbordador espacial europeo que se frustró en el 92. ¿No?
- Correcto. Veo que se mantiene informado-dijo Moncutie.-Por aquel entonces la agencia lo consideró un gasto excesivo pero las cosas han cambiado mucho en los últimos tiempos. Nos gustaría contar con usted para retomar ese ilusionante proyecto.
- Eemm... No sé qué decir. No me explico en qué les podría ayudar. No sé nada sobre transbordadores.
- No, pero lo sabe todo sobre el viento solar y eso es precisamente lo que nos interesa de usted. Pretendemos enviar una misión tripulada con objeto de recoger muestras que nos ayuden a explicar el aumento de auroras boreales que se ha registrado y que consideramos un riesgo para muchos aspectos de la vida tal y como la conocemos. ¿Nos acompañará a Colonia?
- ¿A Colonia?
- Si allí es donde le adiestraremos y le explicaremos todo lo relativo a la supervivencia en el espacio.
- ¡¡¿¿Cómo??!! Espere un momento, ¿Pretende que salga yo ahí fuera?
- No. Pretendemos que se embarque en una misión espacial orientada a recoger muestras fundamentales para asegurar la continuidad de la vida civilizada.
Y entonces se desmayó.
Cuando despertó lo condujeron hasta su casa. Allí lo dejaron haciéndole prometer que tomaría una decisión antes de las diez de la noche.

Levantándose lentamente se dirigió a la cocina y en el microondas se calentó los restos de la cena del día anterior. Estaba terminándose la cena cuando en el reloj dieron las diez. Aún estaba sonando las campanadas por toda la casa cuando el “ring” del teléfono interrumpió sus pensamientos.
- ¿Ha tomado una decisión, señor Gracia? -Escuchó la voz grave de Lambert.
-Sé que me arrepentiré toda mi vida, pero les acompañaré. -Dijo su voz dubitativa.
- De acuerdo. Nos encontraremos en la base aérea a media noche. No necesitará equipaje. El dinero se lo proporcionaremos nosotros. -Y colgó


Base Aérea Estadounidense de Zaragoza
00:00 h

Tras pagar apresuradamente el taxi que lo había llevado hasta allí Ricardo quedó solo ante las puertas del recinto militar, que se abrieron para franquearle el camino. Con paso rápido se dirigió hacia unos focos que a lo lejos indicaban la ubicación de las pistas de aterrizaje. A la luz eléctrica se recortaba la silueta de un potente jet. Delante de él, los dos agentes esperaban.
- Me alegro de que no se haya arrepentido.- dijo Lambert.
- Este avión nos conducirá a la que será su casa durante los próximos meses, el Centro Europeo de Astronautas, que se encarga del entrenamiento de estos profesionales, situado en Colonia -dijo Moncutie.
A continuación le acompañaron a su asiento en el interior del lujoso aparato. A los pocos minutos se encontraban volando por encima de los Pirineos.

Kourou, Guyana Francesa

Alberto Jaria llegó corriendo a la reunión con los responsables del reinventado/renovado proyecto Hermes y Jean-Paul Lègard. La idea era poner al mandamás al corriente de absolutamente todo lo que ocurría en esas instalaciones. Lègard quería estar informado en todo momento de las novedades en la construcción del cohete, así como de la preparación de todo el software necesario para su funcionamiento y mejora.
- Caballeros, tenemos en nuestras manos el destino de mucha gente –con estas apasionadas palabras, comenzó Lègard su discurso, haciendo grandes esfuerzos por evitar que el jet-lag hiciera presa de él –Para que este proyecto llegue a buen puerto necesitaremos tener una sincronización total y para ello nada mejor que estar todos al corriente incluso del más mínimo detalle. Por esto mismo, ésta es la primera de una serie de reuniones que se van a mantener a partir de ahora al inicio de cada jornada. Quiero saberlo todo de todo, sin excepción. Sepan que nadie les va a impedir hablar y expresar sus opiniones acerca de cualquier tema, siempre que piense que esto va a ayudar al equipo. Bien, dicho esto, comencemos.
- Bueno, ya le expliqué ayer someramente como están las cosas por aquí. Todo el trabajo está bastante avanzado, pero aún así habremos de trabajar duro si queremos ajustarnos a los plazos.- contestó Jaria.
- Estoy seguro de que muchos de ustedes se estarán haciendo una pregunta: ¿Por qué coño hay que mandar un transbordador tripulado, si todo se podría solucionar con satélite? Verán. En esta misión hay muchos intereses. Muchos países temen las consecuencias de las auroras y sus efectos en los sistemas eléctricos. Algunos de estos países son muy, digámoslo así, persuasivos. No quieren que su futuro dependa de un satélite que puede estar sometido a manipulaciones externas. Han exigido una misión tripulada que recoja y analice las muestras de viento solar. Ahora que están informados, prosigamos.
- Tenemos ya construidos los prototipos de los medidores que se utilizarán allá arriba, pero aún dan algunos problemillas. De cualquier modo, sólo un auténtico experto en la materia sería capaz de interpretar correctamente los datos que se extraerán.-explicó William Simpson, creador de los aparatos.
- No se preocupe. Tendrá a su experto –aseguró Lègard, y su mente se dirigió a cierto científico zaragozano.
- He visto esos cacharros que tú llamas medidores y lo más que van a medir será la distancia a la que llegarán cuando todo se vaya al garete – comentó con sorna Jaria.
- Señores, mantengan las formas. Recuerden que aquí cada uno es un experto en lo suyo y solamente en lo suyo. Si Simpson dice que funcionará, es que lo hará. ¿No es cierto señor Simpson? –cortó conciliador Lègard- ¿Qué me dice del motor señorita Graham?
- He estado desarrollando un nuevo modelo de motor químico. Llevo varios años trabajando en él y estoy segura de que es lo mejor para este tipo de misión -aseguró la científica.
- Del resto del transbordador cada país está construyendo lo que mejor conoce. España ya ha enviado algunas de las piezas: el timón vertical, la carena ventral y demás. Las piezas de Alemania y Francia viajan en estos momentos hacia aquí en las tripas de algún trasatlántico. Sin embargo, los italianos parece que están teniendo problemas con los plazos. Nos han prometido cumplir, pero yo no estoy del todo seguro de que lleguen a tiempo -informó Bernd Humm mirando a Lègard.
- Mierda. Esos italianos la van a joder –masculló Lègard.
- Tranquilo Jean. Llegarán a tiempo –trató de tranquilizarlo Humm.
- Más les vale.
- La verdad es que no todo son malas noticias. Las alas que han traído desde Inglaterra han llegado esta misma mañana y ahora están siendo revisadas por los del laboratorio. Pronto estarán listas para ser montadas –concluyó Humm.

Centro Europeo de Astronautas
Colonia

“Por favor, señores pasajeros, les habla el capitán. Ruego se abrochen los cinturones. En pocos minutos llegaremos a Colonia.”
Los aviones siempre habían puesto nervioso a Ricardo. Nunca había conseguido superar esa sensación de que en cualquier momento todo podía dejar de funcionar. Sin embargo, aquel avión era diferente a todos cuantos había visto hasta entonces. La comodidad y el espacio del que se disfrutaba le habían hecho olvidar, durante las escasas horas que duró el viaje, que estaba a más de diez mil metros de altura sobrevolando Europa. Ahora, la metálica voz del capitán, lo devolvía a la amarga realidad. Haciendo un esfuerzo por tranquilizarse, Ricardo se abrochó el cinturón, cerró los ojos, y se puso a realizar mentalmente diversas operaciones matemáticas, algo que desde pequeño siempre le había servido para relajarse.

Cuando el avión finalmente se detuvo y los motores se hubieron apagado, Ricardo lanzó un suspiro, se desabrochó el cinturón de seguridad y junto con los agentes que le habían acompañado, descendió del avión.
Se encontraba en el interior de un gigantesco hangar, repleto de aviones, en su mayoría militares, que eran de uso exclusivo de la Agencia Espacial. El aire olía a queroseno y, por todas partes, hombres vestidos con batas y monos de trabajo deambulaban por toda la nave.
En cuanto hubieron descendido todos los ocupantes del avión, una serie de operarios pasaron a hacerse cargo del mismo y a revisar todas y cada una de sus partes.
Ante ellos se presentó un pequeño comité de bienvenida. Un hombre de avanzada edad, pelo canoso y ojos claros tomó la palabra:
- Bienvenido al Centro de Astronautas de la Agencia Espacial Europea. Aquí recibirá el entrenamiento necesario para la supervivencia en el espacio durante un breve periodo de tiempo. Mi nombre es Stephan Landër, y durante las próximas semanas seré su jefe. Pero yo tengo muchas cosas de las que ocuparme, así que no podré acompañarle personalmente, al menos no todo el tiempo. Por esto mismo, tendrá a su disposición las veinticuatro horas del día a un compatriota suyo que lleva años trabajando a mi lado. Le presentó a Jesús Antegui, que será su guía por estas instalaciones. Ahora me esperan para una importante reunión, el señor Antegui le mostrará donde se encuentra su habitación. Supongo que estará cansado tras el viaje y las emociones que a buen seguro habrá vivido. Mañana comenzará su instrucción. Buenas noches.
La comitiva se dirigió hacia la puerta y Ricardo se quedó a solas con Antegui.
Era éste un hombre de aspecto introvertido y tímido, más bien bajo, pelo corto y castaño, rostro bien afeitado y mandíbula cuadrada. Con una voz muy pausada y tranquila Antegui dijo:
- Encantado de conocerle señor Gracia. Puede llamarme Jesús. Estoy a su disposición las veinticuatro horas del día. Si me acompaña, le mostraré dónde podrá descansar.
- El gusto es mío, Jesús. Por favor, tutéame, aquí estamos entre colegas -dijo Ricardo en tono despreocupado-. Le acompaño. La verdad es que estoy agotado.
A buen paso se dirigieron al extremo opuesto del hangar. Por una discreta puerta metálica salieron al exterior. La noche era fría y más a causa del viento que soplaba sobre las pistas de aterrizaje y que tal mal rato le había hecho pasar al tomar tierra.
Al lado de una de las pistas, un coche negro con los cristales tintados les esperaba. El vehículo los condujo a gran velocidad hacia un complejo de construcciones iluminadas que se veían a lo lejos.
- Esos edificios componen la zona residencial del Centro. Allí se encuentran los dormitorios de todos los científicos y operarios que trabajan para la Agencia -explicó Antegui-. Hacia allí nos dirigimos.
Tras un breve trayecto atravesaron unas puertas custodiadas por una garita mientras el vigilante los examinaba con aparente desinterés. A los pocos metros, el coche se detuvo en lo que parecía ser el aparcamiento de aquel complejo. Se dirigieron hacia el interior de uno de los enormes edificios de hormigón. El gran vestíbulo se encontraba desierto. Caminaron directamente hasta el ascensor más próximo que les condujo a la tercera planta del edificio. Una vez allí, al final de un largo corredor iluminado por la impersonal luz de unos fluorescentes se encontraba el dormitorio de Ricardo. Era éste una habitación espaciosa, con ciertas comodidades como televisión, ordenador de última generación, e incluso un baño con hidromasaje.

- ¿Son todas las habitaciones así?- preguntó encantado Ricardo.
- En realidad sólo las de los directivos y altos cargos- contestó Antegui-. Ahora te dejo para que descanses. Pasaré a buscarte a las seis y media. Trata de descansar, mañana será un día duro. Buenas noches
- Buenas noches.

Tal y como había prometido a las seis y media en punto Antegui llamó a la puerta de la habitación de Ricardo, que en esos momentos se encontraba soñando felizmente con un Nobel de física. Ante la insistencia de Antegui Ricardo no tuvo otra opción que dejar la entrega de premios de Oslo para volver a su nuevo dormitorio de Colonia. Le costó aproximadamente tres segundos darse cuenta de dónde estaba y más o menos otros tres entender para qué llamaban. Desde ese momento, menos de un segundo tardó en cagarse en todo lo que conocía y dirigirse como una exhalación a la puerta. Cuando la abrió descubrió la cara poco amistosa de Antegui y más aún cuando le vio en calzoncillos.
- ¿Su primer día aquí y ya está dando la nota? -comentó a modo de reproche Antegui. Ricardo pudo comprobar más tarde que cuando Antegui se cabreaba trataba de usted a sus más allegados compañeros. -Dése prisa. Hoy le espera un desayuno fuerte y una aún más fuerte sesión física. Abajo le darán el chándal y las deportivas. Ahora baje con la misma ropa que trajo ayer.
Asqueado por la perspectiva de enfundarse de nuevo el sudado traje del día anterior, Ricardo se lavó a duras penas la cara, se chafó un poco su enredado pelo y una vez vestido acompañó a Antegui al comedor del complejo, que se encontraba en un edificio anexo. El comedor estaba repleto de gente, entre ellos, Ricardo creyó conocer alguna cara famosa en diversos campos, así como varios astronautas de reconocida fama.
Desayunaron rápido pero abundante y Antegui le indicó después dónde podría ponerse el chándal. Una vez preparado se dirigió a las instalaciones deportivas del centro.
Allí, Ricardo fue sometido a diversas pruebas físicas, como por ejemplo, la Course Navette, Farlek, Lanzamiento de balón medicinal, pruebas de elasticidad y muchas otras que le hicieron recordar y a la vez agradecer con toda su alma sus años como jugador de balonmano en el colegio, de los cuales aún conservaba una buena forma física.
Para cuando hubieron terminado todas las pruebas y un exhaustivo reconocimiento médico ya había anochecido y tras cenar junto con otros trabajadores se fue sin mayor dilación a dormir.
Los días que siguieron fueron de una intensa actividad.
Por las mañanas recibía un entrenamiento básicamente teórico, durante el cual le enseñaron los rudimentos de la medicina aplicada en el espacio, conocimientos relacionados con la aeronáutica, diseño y manejo de ingenios mecánicos que se utilizaban en las misiones espaciales, nociones básicas de pilotaje y demás cosas que se consideran indispensables para la supervivencia en el espacio.
Tras las sesudas lecciones matutinas, y después de una abundante comida, se centraban en la parte práctica de su entrenamiento: simuladores de vuelo, manejo real de brazos mecánicos y otros aparatos robóticos que incorporaría la nave, túneles de viento, entrenamiento bajo el agua, pruebas con el traje… Durante su estancia en el centro, Ricardo descubrió la cantidad de aplicaciones que en la vida cotidiana habían encontrado tecnologías inicialmente diseñadas para el espacio. Sorprendió especialmente a Ricardo su aplicación a los teléfonos móviles y con ello a toda la tecnología inalámbrica así como a las modernas vitrocerámicas, pasando por microondas, GPS, etc. Estas y otras cosas hicieron que Ricardo viera de forma muy distinta toda la industria relacionada con el espacio. Pasadas un par de semanas, Ricardo había aprendido una increíble cantidad de cosas, pero sin embargo aún parecía prácticamente nuevo en todo aquel mundo, tan grande era su importancia y tan amplios los campos que abarcaba. Durante este tiempo, Ricardo había podido relacionarse con algunas de las mentes más preclaras de Europa, científicos, astronautas, ingenieros… toda una pequeña sociedad que vivía y trabajaba por y para el espacio.
Tras un mes de entrenamientos, Ricardo empezó a considerar que estaba acercándose al nivel que se le iba a exigir para su salida al espacio y la labor que allí desempeñaría.
Una mañana, como otra cualquiera, apenas habían acabado de desayunar cuando Antegui le condujo hacia un edificio en el que no había estado nunca.
- ¿Dónde nos dirigimos? –preguntó intrigado Ricardo.
- El señor Landër desea reunirse contigo –contestó Antegui.
Ricardo quedó pensativo ante esta escueta respuesta, pero no dijo nada.
Descendieron a los sótanos del edificio y entraron en una espaciosa sala. En su interior, además de Landër y otras personalidades que reconoció de su llegada al centro, se hallaban algunos de los astronautas que Ricardo recordaba haber visto a lo largo de su estancia.
En la sala parecía reinar cierto nerviosismo, que se hacía patente en las marcadas arrugas que lucía Landër.
- Buenos días señor Gracia. Le he mandado llamar para comunicarle algo que supongo será de su agrado. Sus instructores me han informado de los grandes progresos que ha realizado en todos los campos en los que se le ha adiestrado, y por ello creemos que ya está preparado para viajar a la Guyana, desde donde se efectuará el lanzamiento del transbordador. Este sábado partirá allí junto con los que serán sus compañeros en ese difícil viaje. Le presento al capitán Mills y la teniente Durant, ellos serán sus pilotos. El teniente Hasselhoff será su ingeniero a bordo.
Entre el grupo de personas que observaban a Ricardo, dos hombres y una joven se adelantaron y le tendieron su mano.
- Nice to meet you, encantado de conocerle señor Gracia, soy el capitán Mills -dijo uno de los hombres, alto y rubio, en un español más que aceptable.
- Encantada de conocegle, digo conocerle, soy la teniente Marie Durant- saludó graciosamente la, al parecer, francesa señorita.
- Mi nombre es Heinrich Hasselhoff, será un placer acompañarle allí arriba -dijo un robusto germano.
Tras las presentaciones, Landër y los demás directivos se retiraron para que la tripulación del Hermes pudiera intercambiar opiniones mejor. Ricardo pasó aquella tarde charlando animadamente con los tres astronautas, cenaron juntos y cuando a la noche se retiraron a descansar ya era como si se conocieran de largo.
Los días pasaron rápido y para cuando se dio cuenta había llegado la noche del viernes. Aquella noche cenaron con Landër. Cuando terminaron los postres, un delicioso surtido de dulces típicos del país, Landër se puso serio y tomó la palabra.
- Señor Gracia, se le ha adiestrado en un tiempo récord y no lo ha hecho mal, sin embargo recuerde que aquellos que le acompañan tienen mucha más experiencia en viajes espaciales como éste y por ello no debe dudar en apoyarse en ellos cuando lo necesite. De su misión dependen muchas cosas, para empezar mi empleo -al decir esto sonrió- y todos tenemos todas las esperanzas puestas en usted. En la Guyana terminará su entrenamiento, apenas unos detalles, así que no nos deje en mal lugar. Ha sido preparado por los mejores y esperamos que dé lo mejor. Detrás de usted tendrá a un gran equipo, así que por Dios esté a la altura. Buena suerte y buen viaje.
A la mañana siguiente, apenas había amanecido cuando Ricardo entró en el hangar del centro. A su lado una comitiva parecida a la que le recibió a su llegada. A ella se habían sumado los tres astronautas que le acompañarían a la Guyana. Se disponía a subir al avión cuando de entre los presentes se adelantó Jesús Antegui. En el tiempo que había sido su guía habían disfrutado de una gran amistad y ahora la despedida se antojaba dura.
- Ricardo, en este viaje necesitarás de todo cuanto aquí has aprendido, será difícil pero sé que lo lograrás. Eres un buen tío. Termina todo este follón vivo y algún día podremos irnos de tapas por Zaragoza. Además, recuerda que me debes un par de cañas- dijo riendo Antegui. Sin embargo, su sonrisa no lograba disimular del todo su mirada triste y preocupada.
- No te preocupes Jesús, dentro de no mucho estaremos juntos en algún bar de Zaragoza y nos reiremos de todo esto.
Dicho esto, los dos amigos se abrazaron y tras una última despedida a cuantos le rodeaban subió al avión que le llevaría hacia la misión más difícil de su vida.

Kourou, Guyana Francesa

Al otro lado del atlántico en las instalaciones de la E.S.A todo se había acelerado en las últimas semanas. La inminente llegada de los astronautas había puesto de los nervios a los jefes del proyecto. A marchas forzadas trataban de ultimar los preparativos del próximo lanzamiento y las jornadas se habían alargado hasta límites que rozaban lo ilegal. Sin embargo, todos trabajaban con la ilusión que les contagiaba el entusiasta director de la E.S.A Jean-Paul Lègard.
El enérgico francés se había multiplicado hasta hacerse omnipresente. Siempre el primero en llegar y el último en marcharse. Como una misma persona, a su lado caminaban sus dos fieles colaboradores, el Doctor Bernd Humm y la señorita Angela Diamancceli que como encargada de logística había imprimido un ritmo infernal a las obras de ensamblaje del transbordador.
En el departamento de criptografía, Alberto Jaria andaba como loco debido a la ingente cantidad de información que debía procesar. Además, estaba la cada vez más molesta acción de los medios, que no dejaban de presionar en busca de algún detalle del proyecto.
Un día como otro cualquiera, un jet de la agencia aterrizó en las pistas anexas al complejo. En su interior descendió en primer lugar un joven de aspecto despistado, ligeramente pálido y algo desgreñado. Tras él, tres oficiales, dos hombres y una mujer inmaculadamente vestidos y aseados. Los cuatro astronautas se dirigieron hacia un coche, junto al que esperaba el siempre atento Jean-Paul Lègard.
- Bienvenidos a la base de lanzamiento de la Agencia Espacial Europea. Espero que el viaje haya sido cómodo -al decir esto miró dubitativo el mal aspecto de Ricardo-. Aquí les espera todavía mucho trabajo antes del lanzamiento. Lo más importante será familiarizarlos con el control de los aparatos que utilizarán en su misión, pero además debemos aclararles todo lo referente a su tarea y completar el entrenamiento del señor Gracia. Ahora acompáñenme. Mucha gente espera conocerles.
Subieron al coche y a los pocos minutos se encontraban en una sala de conferencias presentándose ante todos los directivos de la base de lanzamiento.
Cuando terminó la reunión, los astronautas se dirigieron al hospital para realizar un reconocimiento médico. Tras comprobar que todos se encontraban en perfectas condiciones fueron al comedor, donde fueron objeto de un interrogatorio digno de la GESTAPO por parte del personal de la base.
Una vez satisfechas todas las curiosidades, pudieron, al fin, retirarse a descansar a sus habitaciones.
A la mañana siguiente, fueron conducidos ante un reputado científico que les había de explicar el funcionamiento de los aparatos de medición que utilizarían en el espacio.
- Buenos días- dijo William Simpson- durante esta mañana y los próximos días trataré de que comprendan hasta los más intrincados detalles de este aparato de mi invención. Debo reconocerles que lo que ustedes van a utilizar es más bien un prototipo pero creo que no les dará demasiados problemas. En fin, pónganse cómodos porque empezamos.
Apagó la luz y con la ayuda de un proyector les fue desgranando los aspectos más “básicos” de su ingenio. Tras dos horas de diapositivas, llegaron otras tres de estudio de los planos y tras una breve pausa para la comida, reanudaron el aprendizaje con varias horas practicando con simuladores que les permitieron situarse en situaciones similares a las que encontrarían en su misión.
El aparato dejó maravillado a Ricardo por su complejidad así como por la cantidad de datos que proporcionaba. Partiendo de un diseño aparentemente sencillo, Simpson había creado un instrumento de gran precisión que supondría un salto cualitativo en la medición solar.
El SAMOS, como lo había bautizado Simpson, en honor a Aristarco, un griego que, ya en el siglo IV a.C. formuló la primera teoría heliocéntrica. Dejaba a otros aparatos como el CELIAS, el COSTEP o el ERNE completamente desfasados.
Aquel día tampoco fue precisamente tranquilo para los encargados de la construcción del transbordador. Desde Italia habían llegado, por fin, las piezas que faltaban.
Al iniciado proyecto Hermes se le habian tenido que hacer numerosas modificaciones debido a los requerimientos de la misión. La bodega se había minimizado para ampliar el espacio del laboratorio y poder incorporar así el Samos. Los sensores y antenas que incorporaba éste se sacarían al exterior de forma puntual desde la bodega.
A partir de aquél, cada día fue más duro que el anterior. Conforme se ultimaban los preparativos crecía el nerviosismo entre el personal de la base. El entrenamiento de los astronautas finalizó una semana más tarde, dos días antes que el final de la construcción del transbordador. A partir de ahí, comenzó un periodo en el que se le efectuaron al vehiculo las más diversas pruebas para comprobar su funcionamiento, así como para garantizar la seguridad de los astronautas.
Estando ya cercano el día del lanzamiento, Lègard mandó reunir a todos los trabajadores de la base, además de los cuatro astronautas. Cuando estuvieron todos juntos los condujo hacia un enorme hangar que se encontraba en una misteriosa penumbra. Lègard se detuvo en el centro del mismo, se dio la vuelta hacia los presentes y tomó la palabra:
- Señores, seré breve. Todos hemos trabajado duro por un sueño, por una idea, por un proyecto. Hemos luchado juntos para que Europa pudiera contar con su propio transbordador. Lo hemos conseguido. Les presento a Helios.
Al decir esto varios focos se encendieron y apuntaron directamente al recien terminado transbordador. Una ovación se extendió entre todos los presentes hasta convertirse en un clamor entusiasta. Cuando cesaron los aplausos Lègard retomó el discurso.
- El Helios está listo para su viaje inaugural. El lanzamiento se efectuará el próximo viernes a las diez de la noche. Que cada uno ultime los preparativos porque no quiero que nada falle ese día. Ahora vuelvan a sus ocupaciones.

Día del lanzamiento
08:00 h

Aquel día Ricardo se despertó presa de un gran nerviosismo, y no era para menos, pues en apenas catorce horas saldría hacia el espacio a bordo de la primera nave tripulada de la Agencia Espacial Europea.
Pasó la mañana en compañía de los demás astronautas, recibiendo las últimas instrucciones para su misión.
Tras una agradable comida en la que recibieron la despedida oficial de los operarios de la base, apenas tuvo tiempo de prepararse para el despegue, pues a las cinco debía encontrarse en la plataforma de lanzamiento.
Cuando Ricardo, Mills, Durant y Hasselhoff se encontraron por fin al pie del transbordador quedaron admirados ante el magnífico espectáculo. La carga ya había sido introducida en las bodegas del transbordador que; junto con los tanques de combustible y el complejo andamiaje que lo rodeaba formaba un conjunto sobrecogedor, y más aún cuando, pasadas unas horas se encendieron los focos iluminando en mitad de la noche la estructura. A las ocho se dirigieron al ascensor que les condujo al brazo de acceso al orbitador, y de ahí al interior del mismo. Poco a poco, todo quedó fijado, incluidos los propios astronautas a sus respectivos asientos. A las nueve y media comenzaron las últimas verificaciones.
En la sala de control, un tenso Lègard, rodeado como de costumbre por sus colaboradores llevaba a cabo las últimas comprobaciones.
-¿Comunicaciones?
-Listo
-¿Sistemas de refrigeración?
-Un segundo…listo.
-¿Plataforma de lanzamiento?
-En orden
-¿Depósitos de combustible?
-Listo.
Y así continuaron hasta completar una larga lista de verificaciones.
- Capitán Mills, en el centro de control todo está en orden. En breve comenzará la cuenta atrás. La comunicación se reanudará una vez en el espacio.
- Ok, Helios preparado para el despegue.
Tras éste breve diálogo todo quedó preparado. Poco a poco se fue retirando el brazo de acceso al orbitador, así como la estructura de servicio giratoria desde la que se había trabajado en el transbordador.
A los pocos minutos los motores se encendieron, comenzando a calentarse. Tras una tensa espera durante la cual fueron evacuados los últimos operarios. El transbordador, con un potente rugido de sus propulsores fue ganando poco a poco altura, perdiéndose en el cielo de la noche entre los vitores del personal del centro de control.
- Helios, aquí Kourou. ¿Todo en orden?
- Aquí Helios. Todo ha ido bien, pero Gracia ha sufrido una leve conmoción, nada grave. Ya se está recuperando.
- Helios, compruebe que todos los sistemas respondan correctamente.
- Comprobando sistemas…todo bien.
- Retomaremos la conexión cuando se acerquen al objetivo, hasta entonces disfruten de las vistas.
El objetivo no era otro que la órbita terrestre. A partir de ahí tenían que encontrar el lugar idóneo para recoger las muestras sobre las que realizar las mediciones con el Samos.
Una vez Ricardo se hubo recuperado del mareo, se juró a si mismo que sería la última vez que salía al espacio en un cacharro como aquel, pudo experimentar la extraña sensación que suponía la ingravidez. Le habían explicado mil y una veces las sensaciones que te asaltaban cuando te encontrabas flotando entre cables y demás instrumentos, pero lo que ahora sentía superaba en todo cualquiera de las explicaciones que había escuchado.
- Aquí Kourou. Podéis proceder. Todo indica que estáis en el lugar perfecto. Suerte.
En ese momento la teniente Durant tomó el mando. Con órdenes claras y precisas dirigió a sus compañeros en la maniobra. A los pocos minutos Ricardo se encontraba en el pequeño laboratorio del transbordador, con las muestras en su poder y el Samos acribillándole con datos a cual más incomprensible. Para descifrarlos tuvo que recurrir a todos sus conocimientos y en más de una ocasión tuvo que pedir ayuda a Hasselhoff para solucionar algún pequeño problema. Una vez tuvieron todos los datos perfectamente organizados, lo que descubrieron les dejó asombrados.
Parecía increíble pero los gráficos y el espectro solar no dejaban lugar a dudas. Las auroras boreales que habían aparecido sobre Canadá y que últimamente habían comenzado a causar problemas en la red eléctrica de aquel país, tenían un origen artificial.
- Kourou, aquí Helios. Hemos descubierto algo. Las auroras boreales…
En ese instante una serie de interferencias interrumpieron la comunicación con Kourou y de pronto una voz que no habían escuchado nunca sonó por radio.
- Welcome to space, Helios.
- ¿Hola? ¿Kourou? Tenemos un problema con la comunicación.
- No tienen ningún problema, Helios. Simplemente hemos intervenido sus comunicaciones porque tenemos algo que decirles.
-¿Quién habla?
-Llamenme Smith. Pertenezco a la NSA estadounidense y tenemos algo de qué hablar.
-Le habla el capitán Mills, superior a bordo del Helios, ¿qué coño quieren? Devuelvanos la comunicación con Kourou.
-Restableceremos la comunicación cuando nos plazca. Ahora hablemos de esas mediciones. Han de saber que se han visto involucrados en algo mucho más grande que ustedes o que yo mismo. Desde hace unos años, el ejército viene desarrollando una nueva tecnología con fines bélicos. Se trata de un sistema de control climatológico revolucionario. Imaginense, privar de agua a un enemigo acosado en su propio territorio, debilitarlo con tornados, o si lo prefieren, piensen en las inmensas aplicaciones humanitarias que tendría este proyecto. Sería el fin de las sequías. Cultivos todo el año, fin de las crecidas y huracanes…
-Y por supuesto ustedes sacarían una buena tajada ¿no?-preguntó sarcástico Ricardo.
-Vivimos en un mundo de dinero señor Gracia, no puede culparnos por intentar hacer negocio.
- ¿Qué pretende que hagamos? ¿No creerá que vamos a callarnos todo esto?
-En Kourou les esperan dos agentes de la Agencia con una oferta que consideramos interesante. Monsieur Lègard está siendo informado en este momento por una línea segura. Sin embargo, ante el resto de personal actuará como si nada hubiese ocurrido. Actúen ustedes del mismo modo y regresen cuanto antes a la tierra.
Y de nuevo una serie de interferencias hicieron que se volviese a reconocer la voz de Lègard.
-¿Helios? ¿Helios? Aquí Kourou. ¿Me reciben? Helios por favor responda.
-Aquí Helios, les habla Mills, todo esta bien. Algún campo magnético debe de haber interferido en la señal. Las pruebas han concluido con éxito. Volvemos a casa.
Al otro lado de la radio se escucharon vítores y aplausos.
La nave entró a toda velocidad en la atmósfera terrestre. Ricardo se juró una vez más y con más fuerza que nunca que jamás volvería a salir de la tierra. Pensó en su anhelada universidad, en su familia, en sus amigos, rezó todas las oraciones que conocía, se inventó alguna otra y cuando quiso darse cuenta el transbordador se encontraba deslizándose lentamente sobre la pista de aterrizaje en la base de Kourou. Con paso vacilante los cuatro astronautas pisaron de nuevo su amado planeta, en medio de un enjambre de médicos, autoridades militares y directivos de la E.S.A.
Fueron llevados al hospital de la base, y tras pasar el reconocimiento médico satisfactoriamente, Lègard los llamó a su despacho. Tal y como esperaban y temían junto a Lègard se encontraban dos hombres que no habían visto nunca. Lègard se levantó y tras ofrecerles asiento y una copa dijo:
- Les presento a los señores Brown y Simonet de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Creo que, como yo, estos cuatro- dijo dirigiéndose a los astronautas- están enterados de lo que pasa, así que por favor vayan al grano. ¿Cuál es su oferta?
- Nuestro gobierno les ofrece la posibilidad de incorporarse al Proyecto Gaia, bajo la dirección de nuestros más reputados científicos. Europa se beneficiaría enormemente de los avances que supondrá esta tecnología y supondrá un importante paso para la ciencia. Tienen la oportunidad de entrar en la historia y hacer el bien a mucha gente.
- ¿Y que me dice de las aplicaciones bélicas del proyecto?- preguntó Lègard.
- El uso de esta tecnología quedará sometido al criterio de las Naciones Unidas, quedando para nosotros cierto porcentaje de los beneficios económicos que produzca la misma, por supuesto. Piénsenlo, este acuerdo beneficia a todo el mundo. Ustedes serán parte importante del proyecto más importante del siglo y las Naciones Unidas podrán acabar con la hambruna y la sequía que azota el Tercer Mundo.
A aquella reunión siguieron muchas otras. Fue una dura negociación en la que se acordaron todos los detalles acerca del desarrollo y control de la naciente tecnología.

Años después
- ¿Qué te parece Antegui? ¿Son o no son los mejores calamares que has probado en tu vida? ¿Y que me dices de la cerveza? Excelente. ¿No te parece?
- En efecto. En verdad a merecido la pena venir desde Colonia. De todas formas has tardado bastante en saldar esta deuda ¿No te parece? ¿Qué has estado haciendo últimamente?
- Buf… Trabajillos para la universidad. Nada importante, la verdad.
Pero mientras decía esto su mente voló sobre el atlántico hasta un laboratorio en Washington, donde una revolucionaria tecnología estaba a punto de nacer.
De pronto reparó en el cielo gris que cubría Zaragoza y pensó que la sequía que desde hacia meses asolaba Aragón iba a llegar a su fin.